El cuento está contado desde el punto de vista de los animales ya que lo enfoqué para el primer ciclo de E.P. y había que hacerlo más ameno.
Su objetivo es tratar los valores de la familia, la individualidad y el respeto, desde un punto de vista ameno y divertido para los niños. Además, da pie a muchas actividades en clase para tratar los valores, como teatrillos.
La historia del patito que se creía pollo
En un día en el que hacía mucho
sol y un poco de frío, mamá gallina decidió irse a dar un paseo porque se le
habían dormido las patas de estar toda la noche incubando sus huevos. Antes de
irse, contó sus huevos: tres. Había por ahí unos humanos que tenían la odiosa
costumbre de quitárselos y no devolvérselos, así que mejor estar segura. Sin
embargo, cuando volvió al gallinero se llevó una sorpresa: cuando contó sus
huevos de nuevo no había ni uno, ni dos, ni tres… sino CUATRO. Pero mamá
gallina decidió que por fin le habían devuelto uno de esos huevos que siempre
le quitaban, y se sentó a incubar de nuevo.
Y, al cabo de los días, los
huevos eclosionaron, y mamá gallina y medio gallinero más estaban allí para ver
el nacimiento de los polluelos. Uno… dos… tres… y cuatro. Al principio mamá
gallina se preocupó porque uno de sus pollitos, el que llegó más tarde, era un
poco rarito: tenía el pico plano y grande, y unas patas planas y enormes. Pero
como eso podría ser porque había estado lejos un tiempo, mamá gallina lo metió
bajo sus alas junto al resto para darles calor. Y mamá gallina fue feliz.
Y así, pasaron los días. Mamá
gallina veía crecer a sus hijitos y disfrutaba con sus travesuras, y aunque
cada día se preocupaba más por uno de ellos que tenía la manía de meterse en
todos los charcos. Pero bueno, sólo tenía que estar un poco más pendiente de
él, y listo.
Un domingo, mamá gallina decidió
salir a pasear con sus bebés. Les limpió las patas, les aseó las plumas, y
salió del gallinero orgullosa de la fila de pollitos que la seguía. A medio
camino se encontró con doña Paloma, que le comentó que habían construido una
nueva fuente en la plaza del pueblo. Y mamá gallina decidió llevar a sus
pequeños a conocerla.
¡Pero cuál fue su sorpresa al
llegar y ver que uno de sus amarillos hijitos se metía en la fuente de cabeza!
Lo primero que pensó Mamá Gallina fue que se había caído. Y es que ¡los
pollitos no saben nadar! Se subió al borde de la fuente y empezó a cloquear
pidiendo ayuda y rogándole a su hijito que saliese de ahí. Se volvió loca,
histérica. Las plumas incluso se le despeinaron. Cuando ya se le iba a salir el corazón por la
boca y no podía más, se fijó mejor en la cara de su bebé: era feliz. Se
sumergía y salía del agua y siempre con una sonrisa. Y también se fijó en que
no sólo no se hundía sino que, además, nadaba. Así pues, se aseó de nuevo y
cuando acabó la hora del paseo, se llevó a sus niños de vuelta al gallinero.
Algunos le decían que su hijo no
era un pollo que era un pato, pero no se lo creía. Ni ella ni medio gallinero
que le habían visto nacer. Además, nunca habían visto a un pato. Pero, aunque
lo fuese, a mamá gallina no le importaba. Ella simplemente tenía un hijo un
poco diferente, y si su hijo se tenía que meter en la fuente, ella estaría ahí para
sacarlo si hiciese falta.
Y así fue como un patito se creyó
pollo, y fue feliz siendo lo que quiso.